Durante 35 años, Dunn ha estudiando los monumentos
egipcios, desde las pirámides hasta los templos de Karnak y Denderah,
pasando por las gigantescas esculturas de Ramsés.
El hecho de que solo se hayan recuperado unas pobres
herramientas de cobre y madera en las cercanías de los monumentos, no
quiere decir que no haya otras en espera de ser descubiertas.
Dunn muestra fotos y esquemas donde se aprecia que
han debido existir equipos de alta precisión para lograr, por ejemplo,
que todos los detalles del rostro en las estatuas de Ramsés contengan
una correlación bilateral milimétrica. De hecho, hoy solo es posible
conseguir semejante acabado utilizando el barrido por puntos de una
computadora. Por supuesto, Dunn no infiere que los egipcios poseyeran
computadoras, sino que la cultura que construyó tales monumentos tuvo
acceso a una tecnología hoy perdida que quizás esté bajo las narices de
los arqueólogos, quienes no se dan cuenta de su existencia porque no
cuentan con el bagaje necesario para ello.
Usando lo que hoy se llama “reversal engineering”
(ingeniería a la inversa o al revés), en la que a partir de un objeto
los especialistas identifican cómo y con qué tipo de herramientas fue
construido, Dunn propone la posibilidad de que se hayan usado
mega-sierras o tornos verticales gigantes para cortar muchas de esas
piedras monumentales. Existen varias hondonadas o trincheras que los
arqueólogos llaman boat pits (pozos de barcos) debido a su
forma.
Los egiptólogos piensan que son símbolos del transporte que conducía a los faraones a la otra vida, debido a que en uno de ellos apareció un barco que hoy se encuentra en un museo. Pero Dunn ha hecho notar que otras trincheras, como la de Abu Roash, son demasiado estrechas y profundas, y que ni siquiera tienen forma de barco.
Los egiptólogos piensan que son símbolos del transporte que conducía a los faraones a la otra vida, debido a que en uno de ellos apareció un barco que hoy se encuentra en un museo. Pero Dunn ha hecho notar que otras trincheras, como la de Abu Roash, son demasiado estrechas y profundas, y que ni siquiera tienen forma de barco.
Los arqueólogos han puesto el grito en el cielo porque, según ellos, en
esa época, sólo había tribus de cazadores y recolectores sin recursos
para tamaña obra de ingeniería. Sin embargo, la ciencia de los
sedimentos y de la erosión ―que son la especialidad de un geólogo―
parece decir otra cosa.
El libro de Dunn demuestra que existen muchos enigmas
que los arqueólogos no lograrán desentrañar solos. Es necesaria la
colaboración de ingenieros, arquitectos, geólogos y otros especialistas
que los ayuden a evaluar mejor esos “imposibles” sobre los que prefieren
guardar un molesto silencio, porque su existencia contradice la
historia oficial.
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